domingo, 9 de noviembre de 2008

Ensoñación

Cuando era pequeño me gustaba dormirme imaginando que caía de un avión, sintiendo el aire contra mi cuerpo mientras atravesaba las nubes. En vez de vértigo, tenía una sensación de libertad única que me encantaba, y que me ayudaba a quedarme dormido con gran placidez. Esa capacidad la mantuve durante muchos años: imaginar algo tan vívidamente que el cuerpo se convencía de que era cierto. No era simplemente cerrar los ojos y proyectar la película, sino engañar al resto del cuerpo para que sintiera algo que, en apariencia, no estaba ocurriendo.

Con el paso de los años la diversión tomó matices "suicidas". Me gustaba imaginar que me lanzaba de un edificio, cayendo al vacío y deteniéndome en el momento justo antes de golpear el suelo, observando lo que había ante mi rostro, apenas unos centímetros delante. Era sentir la emoción de una montaña rusa, el miedo de estamparse contra el pavimento, convencerme de que era cierto y que estaba cayendo en serio, con el peligro que ello conllevaba. Ya no era sólo disfrutar la caída, sino observar el suelo acercarse a mí, y antes del momento fatal, poner pausa. Créanme, era una sensación bastante emocionante.

Por alguna razón, algo pasó en mi mente. Hace unos años me deprimí durante unos meses, y creo que eso perturbó ciertos mecanismos internos de mi cerebro. Nada grave, pero sí alteró comportamientos que antes daba por aprendidos. Dormir, por ejemplo. Me volví insomne y parecía que ya no sabía cómo caer en brazos de Morfeo. Cerraba los ojos pero nada pasaba. "¿Qué más hay que hacer?", me decía a mí mismo. Los sueños ya no eran excursiones al otro lado, sino repeticiones de eventos cotidianos, vueltos a vivir hasta la saciedad en un bucle maldito del que no podía salir. Eso si conseguía recordarlos, porque si antes sabía cómo rememorar los sueños de la noche anterior, de repente pareció como si ya no soñara nada, cosa que nunca es cierta. Todos soñamos, otra cosa es que no recordemos lo que pasa mientras dormimos. Y junto a los sueños, otra víctima de ello fue la capacidad de imaginar como antes.

Hace apenas un par de días, sin quererlo, volví a encontrarme volando entre la vigilia y el sueño, cabalgando entre la realidad y la imaginación, en ese punto en el que eres consciente pero no estás forzando lo que pasa por tu mente, y aún así puedes manipularlo. Volé otra vez, sentí la misma emoción olvidada, pude crear el mundo que veía, en lugar de ser un simple espectador sin poder sobre lo que se me muestra, y aún así no se quebró en mil pedazos la corriente de imágenes con un sobresalto por haberlo conseguido. Estaba dentro sin dejarme llevar del todo, siendo el dueño de todo lo que allí ocurría, sin por ello forzarlo. Y me sentí otra vez como cuando niño, libre, capaz de hacer cualquier cosa allá dentro. Más de una idea pude robarme de ese lugar, más de un paisaje que nunca había visto pude visitar... Y lo mejor es que desde entonces he podido volver ese sitio de nuevo, a voluntad, con sólo cerrar los ojos, mientras estoy acostado en mi cama.

Y aunque esto suene a ficción, es tan real como los sueños que cada noche he vuelto a tener.

No hay comentarios: