domingo, 19 de abril de 2009

To everyone who ends up looking at the sky

Ayer estaba leyendo Unlikely, de Jeffrey Brown, otra de esas novelas gráficas que hablan de un amor importante en la vida de su autor. Un subgénero bastante explotado con mayor o menor fortuna en otras obras como I Never Liked You de Chester Brown o Blankets de Craig Thompson, entre muchas, muchas otras. Siempre suelen aparecer en ellas detalles que te tocan. Tal vez no hayas vivido la situación tal y como allí se plantea, pero siempre podrás reconocerte en ciertas cosas que hacen dos personas cuando se conocen, cuando se quieren o cuando se pelean. De ahí sale la cita que titula este post.

Hace unos días salí a caminar por la mañana. Trato de hacerlo porque lo que hago es demasiado pasivo, y moverme un poco me ayuda a pensar con más claridad a despejar la mente y a cansar el cuerpo para poder dormir mejor. Salgo temprano en la mañana porque me gusta la calma y a esa hora no hay todavía demasiada contaminación. A esa hora la ciudad parece otra, aún entredormida, sólo agitada por los que deben madrugar para sus trabajos, viva pero tranquila. Mientras subía por una de las lomas, me topé con un sitio que alguna vez visité con alguien, donde comimos y conversamos y todo parecía ser bastante especial. También pasé por un café, y recordé planes que alguna vez comentamos medio en broma, medio en serio. Como era todavía muy temprano, los locales estaban cerrados. El vacío hacía que todo se viera como un reflejo descafeinado de lo que había en mi recuerdo. Como un álbum de fotos viejas, en donde la memoria no se corresponde del todo con lo que ves.

Me pregunté por qué rayos sufres cuando terminas con alguien. Por qué tiene que ser así, si ya has llegado a un punto en el que suele ser lo mejor que puedes hacer, y por tanto debería ser un alivio puro, no una mezcla de sentimientos. Pensé que tal vez sería porque cuando estás con alguien empiezas a soñar, a construir algo que quisieras cumplir a su lado en un futuro. Pero los sueños son muy etéreos, más livianos que el aire, y por tanto, tienden a salir volando con mucha facilidad. Hay que agarrarlos, encerrarlos en globitos tal vez, y sujetarlos con un cordón mientras los cumples. A medida que va pasando el tiempo, vas acumulando globitos, cada uno con un sueño dentro. Y cuando llega el momento de la despedida, esos globos se te escapan de las manos y vuelan, dejándote un poco vacío, esperando a que vuelvas a recomponerte y encuentres unos nuevos, tuyos propios o compartidos con alguien.

Una amiga me dijo en estos días "Estás muy heart broken". No, no es eso. Es sólo la persistencia de ciertos recuerdos que aún deben de ser borrados. O en su defecto, deben acabar de convertirse en esas fotos ajadas que pueblan los álbumes que de tiempo en tiempo sacamos del armario.











Un regalo bonito que alguna vez me hicieron.

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