lunes, 27 de octubre de 2008

Una tarde lluviosa

Ayer caminaba por un barrio del centro que hacía muchos años no visitaba. Justo pasaba por una clínica, esa clínica en la que mi hermanita nació y por la que no pasaba, tal vez no desde ese día, pero sí desde hacía muchos, muchos años. Y en una esquina, una mujer lloraba angustiadamente, mientras un tipo que bebía cerveza no sabía bien cómo reconfortarla. Esas cosas suelen hacerme sentir extraño, porque para que uno llore en la calle, a la vista de todos, es porque algo realmente malo debe pasarle. Esos momentos de vulnerabilidad suelen ser privados, se suelen ocultar, aunque sea bajo un par de gafas oscuras. Pero cuando el cuerpo no aguanta más y se deja desmoronar, es porque algo malo pasó.

La gente que llora en la calle, especialmente la que parece aguantarlo bien, pero no puede evitar tener los ojos aguados y que se le resbalen algunas lágrimas tan solitarias como ellas, siempre me ha recordado al personaje de Nadia, en Wonderland, de Michael Winterbottom, justo cuando llora en el bus, por esa soledad que no siempre se sobrelleva tan bien...

Banda Sonora: Molly, de Michael Nyman, justo para la misma peli de la que antes hablaba.

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