
El protagonista de El Imperio de los Helados, es un sinestésico, alguien que no limita la percepción del mundo a uno de los sentidos por estímulo, sino que los toma todos a la vez. Puede oler los colores, palpar los sonidos, saborear los tejidos... Y con tal habilidad, se dedica a componer música mientras su realidad se hace algo más compleja de lo que inicialmente creía. Y en este párrafo nos cuenta cómo encuentra placer en la música de Bach, a la cual accede más que con sus oídos, como hacemos el resto de mortales.
Jeffrey Ford ganó el premio Nebula en el 2004 con este cuento, una bellísima pieza que nos sumerge en un festín de sensaciones a través de las palabras, embriagándonos con una prosa que genera un torrente de imágenes poéticas a las que sólo podemos tener acceso mediante el arte, a menos que poseamos la misma condición del protagonista. La historia es bella en sí, contada en primera persona con la nostalgia de quien rememora una infancia plagada de magia, pero las descripciones que no logramos entender con la mente, más sí con algo que no sabemos donde situar, son las que convierten el relato en algo delicioso, con el encanto de un Ray Bradbury y la pericia de la palabra de una Angela Carter. Si añadimos que es bastante inteligente y sabe darle la merecida vuelta de tuerca, no podemos sino acordar con que nos encontramos ante una pequeña obra maestra. No puedo juzgarlo desde sus atributos técnicos, puesto que no soy crítico literario, pero sí me dejo guiar por mi instinto, por lo que me complace más allá de un disfrute superficial. Y en ese sentido, El Imperio de los Helados es uno de los mejores relatos que he leído.
Para encontrarlo, en una traducción no muy acertada, pero que al menos nos permite apreciar algunas de sus virtudes, bájense éste archivo con una recopilación de Premios Nebula a los mejores cuentos.
Algunos Premios Nebula a Mejor Cuento
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